El Primer Viaje en Submarino

LAS VISIONES PROFETICAS DE JULIO VERNE


VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

Veinte mil leguas de viaje submarino es, para un servidor, su obra magna, comenta el autor Francisco Gijón. Trata la novela del encuentro y posterior convivencia de cuatro personajes, extraños entre sí, que el azar ha reunido en un artefacto submarino llamado Nautilus.

El Nautilus es una nave subacuática magníficamente acondicionada, que permite a sus tripulantes trasladarse a cualquier punto del globo bajo las aguas del mar. Su creador, el capitán Nemo, es un hombre solitario de origen hindú (como sabremos después, en La isla misteriosa) que ha roto con el mundo. Como diría un día al profesor Aronnax: “Yo no soy lo que usted llama un hombre civilizado. He roto con toda la sociedad por razones que sólo me conciernen a mí. Luego, no estoy sometido a ninguna de sus reglas y le pido que no hable jamás de ellas delante de mí“. Pero también es un hombre humanitario con todos aquellos que la sociedad margina.






Su navío le permite sentirse dueño y señor de todos sus actos y de todos los parajes donde ningún ser humano ha podido llegar. Es un hombre culto. Posee una biblioteca con doce mil volúmenes, escritos en varios idiomas, y una extraordinaria colección de obras de arte.

Pero cuando el capitán Nemo se siente más seguro en su encierro voluntario, aparecen el profesor Aronnax, Consejo y Ned Land. El profesor Aronnax es un científico, profesor del Museo de Historia Natural de París, apasionado por todo lo relacionado con el mar. El encuentro con el Nautilus es para él una fuente inagotable de experiencias que enriquecerán sus conocimientos de las profundidades submarinas.

Consejo es el criado de Aronnax, al que acompaña en todos sus viajes (Verne y sus inevitables criados). Debido a sus relaciones con los científicos, se pasa el día clasificando la flora y la fauna que se le ponen por delante, pero lo hace de una forma bastante superficial. Es tranquilo por naturaleza y hay muy pocas cosas que le hagan perder la paciencia (Verne y el sentido común de sus inevitables personajes secundarios). Se encuentra en el Nautilus como en su propia casa.






Ned Land es un arponero del Canadá. “El rey de los arponeros“, según justifica su fama (guiño a Melville). Tiene un carácter muy irritable y sólo piensa en huir del navío y volver a la civilización. No soporta estar encerrado ni tampoco las comidas de a bordo, aunque en más de una ocasión ha tenido que reconocer que están muy buenas.

Así pues, este libro relata las aventuras de estos cuatro personajes a través de veinte mil leguas de recorrido por las zonas más insospechadas del Océano. Sus temores y satisfacciones. Los intentos de fuga de Ned Land, a los que más tarde se unirán sus compañeros. Sus relaciones con el capitán Nemo, siempre frío y distante, salvo contadas excepciones.

El misterio de la tripulación. Las maravillas del mundo submarino décadas antes de que nos lo descubriese Jacques Cousteau. Los mecanismos que mueven al Nautilus. Todo esto y mucho más se encuentra contenido en este relato futurista y extraordinario, escrito con gran abundancia de detalles, que mantiene el interés desde el inesperado principio hasta el desenlace final.






Julio Verne nació en Nantes (Francia) en 1828 y murió en 1905. Estudió Leyes en París, pero pronto dejó sus estudios para dedicarse a la literatura. Al principio probó suerte con el teatro. En cambio, fue la novela la que le dio renombre universal. Supo rodearse de un eficaz equipo de colaboradores que le proporcionaron los datos esenciales de sus obras.

En alguna de dichas obras se anticipó al avance real de la ciencia misma, y construyó imaginariamente máquinas y artefactos fantásticos, llegando a ser algunos de ellos una realidad en fechas venturas. En Viaje a la Luna, asombra comprobar que el lugar de lanzamiento del cohete coincida con Cabo Cañaveral, en Florida y que su punto de recuperación sea en el océano Pacífico, así como el sistema de propulsión sea el mismo.

Verne saltó a la fama con Cinco semanas en globo. En ella se encuentran ya las características de temas fantásticos, en general de largos viajes, y una sencillez y amenidad de estilo que abarcarían a toda su amplia y popular producción literaria.






Verne fue un escritor progresista y está considerado como el maestro de la novela científica y geográfica, así como el padre de la ciencia ficción. Fue un ardiente defensor de los movimientos de liberación nacional, quedando reflejados éstos en sus obras El archipiélago de fuego, la independencia griega; Matías Sandorf, el nacionalismo húngaro;

El piloto del Danubio, la lucha de los búlgaros contra la opresión turca; Un drama en Livonia, las luchas nacionales entre los barones bálticos y los campesinos rusos; y La caza del meteoro, donde llega a imaginar una Groenlandia convertida en estado independiente.

Verne se sintió fascinado al principio por la sociedad norteamericana -veintitrés de sus novelas transcurren en los Estados Unidos- porque su desarrollo técnico, económico y demográfico confirmaban en parte sus previsiones. Asimismo defendió apasionadamente la abolición de la esclavitud. Pero poco a poco comprendió que el progreso científico e industrial no estaba al servicio del bienestar general, y su admiración se fue convirtiendo en escepticismo y más tarde en crítica profunda y futurista de aquel país.






Para concluir diremos que si bien es verdad que no todas las previsiones del autor se han cumplido al pie de la letra (todavía), no conviene olvidar que en la obra de Julio Verne están presentes, eso sí, todos los problemas graves que preocupan y están relacionados con el hombre. Y una buena aproximación a este pensamiento lo encontramos en las imprescindibles Veinte mil leguas de viaje submarino.


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CIENTO OCHENTA Y CUATRO AÑOS DESDE JULIO VERNE

Ya Hong Kong o la Conchinchina no están en el fin del mundo como para nuestros abuelos, relata el escritor Justo Planas Cabreja, basta con pocas horas en un avión para cruzar el Atlántico, toda la gran travesía de Cristóbal Colón hacia el Nuevo Mundo se repite en ese tiempo varias veces al día. Cada año sale una expedición fuera del planeta Tierra. Y ¿existe maravilla semejante a conversar casi instantáneamente por medio de Internet o por teléfono con alguien en Sudáfrica!

Muchas de estas facilidades del mundo actual las anunció Julio Verne. Anticipación lógica lo llaman. Sin embargo, sabemos que esos turistas que desembarcan, por ejemplo, en La Habana cámara en mano, y sacan foto a cuanto se encuentran, a un perro (¿no habrá perros en sus países?), esos turistas no llevan en ninguna parte de sus mochilas la anticipación lógica de Julio Verne.






Es más, el padre de la ciencia ficción salió muy poco de Francia; pero difícilmente los Indiana Jones de nuestra época, que han navegado por el Gran Canal en góndola, que se han encaramado en la Torre Eiffel y tienen un posuelo con arena de Giza tomada al pie de la Gran Pirámide; ninguno de ellos ha viajado más y mejor que Verne.

Yuri Gagarin, el primer ser humano que salió al espacio exterior, reconoció que “fue Julio Verne quien me decidió a la aeronáutica”. ¿Qué podría haberle enseñado un hombre del siglo XIX, un escritor, al futuro cosmonauta?

Pues la lección que todos deberíamos aprender desde muy jóvenes, que poco da caminar, por ejemplo, por Wall Street si no se la comprende, si no se sabe “ver”. Julio Verne, más que deseos de desplazarnos de un espacio a otro, nos contagia con la necesidad de conocer nuevos universos, más allá de una región, más allá de un tiempo.






Quizás por eso cuando pasó de grado, muy pequeño aún, obtuvo excelentes calificaciones (sobre todo en Geografía) y su padre le regaló un bote de vela para que descendiera por el río Loira; Julio Verne se dio por satisfecho con organizar la travesía. Su hermano, que se había sumado a la aventura, habrá estado muy molesto con él. Pero para este muchacho, comprender el arte de la navegación, era el mejor viaje.

Tanto fue así que se negó a ejercer la carrera de Derecho de la que se había graduado. Su padre, para obligarlo, dejó de enviarle dinero a París. Pero él se quedó allí. A veces, cuando la vida nos pone obstáculos, olvidamos que la verdadera grandeza de un hombre está en superarlos; a veces creemos que a los grandes hombres los éxitos se les ofrecen de manera sencilla, sin sacrificios.

Pero Verne, que quería saberlo todo y entenderlo todo, no invirtió energías en quejas ni autocompadecimientos. Pasaba el tiempo en las bibliotecas, sin comer muchas veces, por varios días. Gastó sus ahorros en libros, y pagó con su salud: sufrió trastornos digestivos (incontinencia fecal, entre ellos) y también nerviosos. Tenía parálisis faciales que terminaron con el tiempo por desfigurarle el rostro. Pero obtuvo a cambio lo que quiso.






Hoy, después de Agatha Christie, es el autor más traducido de todos los tiempos. Y es además uno de los hombres más influyentes sobre la ciencia y la tecnología de los dos últimos siglos. Los grandes inventores de nuestra época, en su mayoría, han recibido del gran viajero las primeras lecciones.

De hecho, Julio Verne nunca imaginó que sus historias, especialmente sus novelas, marcarían el nacimiento de la ciencia ficción. Su Veinte mil leguas de viaje submarino describe las profundidades con tal sobriedad (llena de peces nombrados en latín y fenómenos climáticos explicados minuciosamente) que entra con polémica dentro de lo que llamamos literatura.

No significa que Verne menospreciara las artes. Todo lo contrario, fue un gran amante del teatro y escribió para la escena (a decir verdad) sin acaparar mucho éxito, con excepción (claro está) de su propia adaptación de La vuelta al mundo en ochenta días.






Pero el editor de sus libros, Pierre-Jules Hetzel, estimuló siempre su vocación científica y (en cierto sentido) limitó sus habilidades literarias de encaminar juventudes hacia el conocimiento del mundo y la imaginación tecnológica.

Sin embargo, Hetzel fue para él como ese complemento necesario que construye una gran carrera. Fue, por otra parte, el principal editor de Víctor Hugo y publicó también a Balzac y a Émile Zola. Se cree que la primera, y sobre todo la segunda etapas en que se divide la obra de Verne, le deben mucho a este hombre. En los dos primeros momentos, el escritor se muestra entusiasta con el progreso, crea sus mejores historias de travesías (De la Tierra a la Luna y Viaje al centro de la Tierra).

Después de la muerte de Pierre-Jules Hetzel, su hijo se quedó a cargo de la publicación, y comenzó en la obra de Verne una etapa nueva. Quizás porque el nuevo editor fue más permisivo que el padre, o porque para el escritor la muerte de su amigo y la de su madre cambiaron sus sentimientos hacia el mundo. Las causas han sido y serán pasto de polémica, pero lo cierto es que se percibe un notable pesimismo hacia el progreso.






En estos libros (dueños, ahora que se comparan con el presente, de una escalofriante lucidez), los científicos son a la vez negociantes y se utiliza la tecnología para hacer guerra. Para algunos este “socialismo romántico” del autor insiste en la necesidad de equiparar el entusiasmo de erudición con la responsabilidad social de preocuparse en qué desemboca aquello que se inventa.

Quizás el mejor testamento de Julio Verne fue su primera novela. En 1989, cuando ya el escritor había adquirido la categoría de clásico (una manera muy educada de decir antiguo) y para colmo con la acotación de “clásico de la literatura para jóvenes y niños” (otra forma muy injusta de reducir el valor de una obra), 84 años después de muerto, su bisnieto descubrió una novela inédita, la primera de todas: París en el siglo XX.

Bastó con una carta de Hetzel para que Verne decidiera no publicarla. El editor fue duro con él, pero franco. Y algo de esa carta donde llama a su novela “periodismo barato y sobre un tema nada afortunado”, lejos de ofender parece evidencia de que el padre de la ciencia ficción tenía en aquel hombre un buen amigo. “Si la vuelve a leer, estará de acuerdo conmigo”, le decía. Y terminaba aconsejándole: “No está usted maduro para un libro así, vuelva a intentarlo dentro de 20 años”. Pero (hasta cierto punto) se equivocó.






París en el siglo XX, publicada más de 150 años después de hecha, en 1994, hablaba de una Francia con automóviles, calculadoras, silla eléctrica y hasta Internet... salvando distancias (“una red telegráfica mundial”, por ejemplo). Pero más allá de estas curiosidades un tanto banales, el retrato de la sociedad occidental de los años 60, donde se ubica la historia, no es tan distante del que vivimos desde aquellos tiempos. Baste decir que Michel, el protagonista del libro, es un joven humanista que sufre las incomprensiones y el rechazo de un mundo dominado por tecnólogos y economistas, que creen que la máquina y el dinero los llevará a la felicidad.

Diga usted, ¿no fue Julio Verne profeta de nuestro presente?